Cómo Afectó a Nuestras Emociones la Pandemia

Hemos vivido tiempos muy difíciles, seguramente los más complicados desde hace mucho. Estar en casa nos trajo muchas emociones. Algunas fueron buenas, como la ayuda a otros o el buen humor. Otras, más dolorosas, como la ansiedad o la frustración. Esto es normal, sobre todo al no saber qué pasaría ni poder controlarlo. Sentirnos así genera angustia. Esta angustia puede manifestarse como estrés, tristeza o incluso dolor físico, algo llamado somatización. A veces, esto puede llevar a la fibromialgia.

Un estudio de la Universidad UNAM, hecho por Rogelio Flores, encontró dos tipos de emociones «negativas». El primero, muy común (54% de los encuestados), era la incertidumbre. La gente sentía preocupación, síntomas de ansiedad y mucha impotencia ante la enfermedad. Dentro de este grupo, otros sentían miedo, frustración y aburrimiento por el aislamiento social. El segundo grupo, con menos impacto, sentía tristeza, desánimo, desesperación, fragilidad, soledad, pesimismo y falta de esperanza.

¿Cómo Cambiará Nuestra Vida Después del Confinamiento?

No podemos saber el futuro, pero podemos dividir a la gente en tres grupos:

  1. Grupo 1: Personas que no fueron afectadas directamente. Siguieron las normas y ahora vuelven a su vida normal.
  2. Grupo 2: Quienes sufrieron una pérdida. Esto puede ser la muerte de un ser querido, una ruptura de pareja o la pérdida del trabajo.
  3. Grupo 3: Aquellos que, estando en el grupo 1 o 2, se enfrentaron al COVID-19 directamente. Hablamos de médicos, enfermeras, policías, transportistas, etc.

Vamos a ver un poco más sobre cada grupo:


Aislados y en la Nueva Normalidad

Estar menos con la gente y perder el contacto familiar nos ha cambiado. Es normal sentir una especie de desconexión emocional. Podemos sentir que debemos proteger a «los nuestros» ante todo. Esto puede hacer que evitemos lugares con mucha gente o cualquier señal de enfermedad, real o imaginaria. Puede surgir fobia social o ganas de limpiar mucho. También pueden reaparecer problemas que ya habíamos superado, como la depresión o la ansiedad.


Aislados con Duelo sin Procesar

El duelo es algo que todos vivimos al perder algo importante: una persona, una relación o algo valioso. Es un proceso que surge al vivir un gran cambio. A veces, ese cambio es demasiado grande para aceptarlo. Los sentimientos son tan fuertes que no podemos con ellos. Esto ocurre, por ejemplo, con una muerte repentina. Por eso, desde siempre, las culturas hacen rituales funerarios para que la familia y amigos se apoyen.

En crisis grandes, como desastres o guerras, los que sobreviven sienten dos cosas a la vez: alegría por seguir vivos y tristeza por lo perdido. Esto genera vergüenza, culpa y un bloqueo emocional. Por ejemplo, alguien que ha vivido una guerra prefiere no hablar de ello o cambiar la historia. Si se le muestran fotos o se le obliga a recordar, puede reaccionar con angustia, violencia o incluso confusión.

Este duelo ausente o bloqueado puede darse ahora. De repente, nuestra vida se paró. Y al salir, el mundo es diferente. Personas importantes o con las que hablábamos a diario ya no están. No hubo tiempo para entender la pérdida ni despedidas. Es como despertar de una pesadilla y sentir un gran vacío. A esto se suma la culpa de no haber podido acompañar a los seres queridos en sus últimos momentos.

Asumir esto no es fácil. Incluso quienes creen que ya lo han superado pueden sentirlo después. Es normal que, pasado un tiempo, una pequeña pérdida o un problema haga que todo el dolor acumulado salga. Esto se llama duelo retardado. O bien, el duelo puede mostrarse con dolor físico, pensamientos negativos constantes, insomnio o pesadillas, o cambios en la forma de comer.

Por eso, es clave darnos un tiempo para adaptarnos. Hay que analizar lo que sentimos y, si hace falta, aceptar la pérdida. No intentes buscar un «porqué» a todo este caos. Haz rituales de despedida que salgan del corazón y apóyate en tus seres queridos para compartir el dolor. El tiempo no lo cura todo, pero seguir adelante sí ayuda mucho.


Quienes Estuvieron en Primera Línea

El caso más especial es el de las personas que se enfrentaron al COVID-19 directamente: cuidando a los enfermos o manteniendo los servicios básicos. Ellos recibieron el apoyo de la sociedad, pero a veces, en su entorno, eran vistos como un posible riesgo de contagio. Además, muchos no eligieron estar ahí, y el riesgo venía de la falta de protección, no de su conducta.

Estar tan cerca de la enfermedad provoca muchas emociones: desde impotencia hasta miedo. Esto se agrava por el cansancio y la necesidad de estar siempre alerta. Sus mecanismos de estrés cambian. Pueden reaccionar de forma muy fuerte (rabia, alegría) o de forma muy débil (apatía, depresión).

Si además de la enfermedad, han vivido la muerte de algún paciente a su cargo, puede aparecer el Trastorno de Estrés Postraumático Complejo (TEPT-C). Este es un tipo de trastorno que surge tras vivir algo tan fuerte que no podemos asimilar. Se estudió en soldados de guerra, pero ahora es común en accidentes, desastres naturales o tras actos violentos. No aparece de inmediato; pueden pasar meses o años antes de que aparezcan los síntomas y revivan la situación traumática.

Trastorno de Estrés Postraumático Complejo (TEPT-C)

El TEPT-C es una forma de TEPT que afecta a quienes viven una situación extrema por mucho tiempo. Ambos comparten síntomas como pesadillas, ansiedad, inseguridad y falta de confianza en los demás. Pero el TEPT-C tiene síntomas propios: dificultad para controlar las emociones, hostilidad, sensación de vacío o inutilidad, y sobre todo, sentir que nadie les entiende. Esto puede llevar a pensamientos suicidas o a sentir que su personalidad se disocia. Mientras que el TEPT tiene como síntoma principal los recuerdos visuales intrusivos (flashbacks), en el TEPT-C aparecen emociones negativas recurrentes, causando mucha desesperación.