¿Qué es la ansiedad y por qué puede convertirse en una oportunidad de cambio?

En los últimos años la ansiedad en términos psicológicos se han integrado en nuestro lenguaje cotidiano. Antes solían usarse con un tono despectivo —como “eres una histérica” o “estás neurasténico”—, pero en la actualidad, palabras como “ansiedad” han adquirido un significado más personal y definitorio.

Es común que muchos pacientes mencionen la ansiedad en la primera sesión de terapia. Pero, ¿qué es exactamente?

Cómo se manifiesta la ansiedad

Desde el punto de vista fisiológico, la ansiedad en adultos se presenta como un estado continuo de activación. Emocionalmente, se experimenta como una sensación persistente de nerviosismo o inquietud. Sus efectos suelen notarse en tres áreas clave:

  • El sueño, que se ve interrumpido o alterado.
  • El peso corporal, que puede aumentar o disminuir.

  • La tensión muscular, especialmente en la espalda y cuello.

Cuando la ansiedad se prolonga en el tiempo, puede desembocar en crisis agudas. Estas crisis provocan síntomas intensos como taquicardias, agitación, sudoración y un miedo irracional a perder el control o incluso a morir.

Ansiedad: ¿enemiga o señal de alerta?

Una de las ideas más importantes que trabajamos en consulta es que la ansiedad no es mala en sí misma. De la misma forma que no hay emociones negativas, sino emociones desagradables, la ansiedad es una señal. Nos indica que algo no está bien, que hay una situación conflictiva que necesitamos resolver. Si no lo hacemos, esa señal se intensifica hasta obligarnos a actuar.

La raíz de la ansiedad: miedo, inseguridad y también ira

Muchos síntomas que experimentamos como adultos con ansiedad ya los sentimos en la infancia: miedo, inseguridad y tensión. En aquel momento, eran respuestas naturales ante el temor al abandono por parte de nuestros cuidadores.

Un aspecto menos reconocido de la ansiedad es la ira. Las personas con ansiedad pueden volverse irritables o incluso hostiles. Es frecuente escuchar frases como: “Últimamente estás siempre enfadado”. Esta rabia suele formar parte del mismo proceso emocional que se experimenta en un duelo por la pérdida de un ser querido.

Conductas de evitación y rituales en adultos

Así como un niño responde al malestar con juegos o movimientos repetitivos, los adultos suelen generar rituales o adicciones para no enfrentar la ansiedad. Las fobias, por ejemplo, pueden ser un desplazamiento simbólico del conflicto original. Sin embargo, a diferencia de los niños, los adultos contamos con una herramienta poderosa: el pensamiento reflexivo.

La ansiedad como motor de transformación

Imaginemos que pudiéramos hablar con ese niño interior que se siente abandonado. Le diríamos que no va a morir, que sus obsesiones no lo van a salvar, y que hay otra forma de gestionar el dolor: crear una nueva realidad.

La pérdida —sea real o simbólica— siempre deja huella, pero está en nosotros decidir cómo transitarla. Aferrarse al pasado solo alimenta la frustración. En cambio, la ansiedad, cuando se entiende, puede convertirse en un impulso hacia el cambio. Nos obliga a mirar hacia adelante, aunque ese futuro sea incierto.