El duelo, es una experiencia por la que todos pasamos durante nuestra vida. Se asocia con la pérdida de un ser querido, pero tenemos el mismo sentimiento cuando perdemos el trabajo, rompemos con nuestra pareja, nuestra mascota se pierde o simplemente dejamos de ser jóvenes, tan solo varia en la intensidad y el impacto que tiene en nosotros. Sin embargo, no hablamos de ello, preferimos no pensar, intentar esconder nuestras emociones (a veces encontradas o ambivalentes), porque no tenemos respuestas a la pregunta, ¿por qué (a mi)? Este oscurantismo sobre un tema tan común nos debilita para afrontarlo adecuadamente, provocando que se enquiste, paralice nuestra vida y no lleve al pozo de la depresión. La melancolía.

El ciclo del duelo

Tras recibir la notificación de la perdida, nuestro sistema psíquico realiza un proceso más o menos estándar que podemos estructurar en cinco fases:

Confusión o Aturdimiento, no llegamos a creer lo que está pasando, aunque ya supiéramos que iba a pasar, nuestra mente no quiere aceptarlo. Nos entumecemos emocionalmente y la mejor forma de reactivarnos es transmitir la noticia a las personas más allegadas, poner en palabras la perdida nos ayudará a tomar conciencia lo que nos está pasando. Es un mecanismo natural y no debemos forzarnos, cuantas veces vemos en los funerales que la familia esta como en una nube sin aceptar muy bien que está pasando y tras el entierro se viene abajo y empieza su verdadero duelo.

La desaparición del aturdimiento saca las emociones intensas bloqueadas, la agitación, el desasosiego y el anhelo por lo perdido. En estos momentos la mente nos juega malas pasadas, haciéndonos albergar esperanzas de que todo será un error, que volverá a ser como antes, y negamos la perdida. También nuestro cuerpo reacciona: se tensiona y tenemos dolores musculares, nuestro apetito cambia bruscamente, nos cuesta conciliar el sueño y perdemos el ánimo para hacer cualquier cosa.

Las emociones que emanan son muy intensas difíciles de entender y de gestionar, pasamos de periodos de intensa tristeza a momentos cargados de ira inmensa, vivimos una tormenta de sentimientos en la que buscaremos responsables de nuestra desgracia. Simultáneamente aparecerán los sentimientos de culpa, si hubiera actuado de otra manera esto no habría pasado, no me porte como se esperaba, no pude decirle lo que pensaba. La soledad cubre nuestras expectativas y nos encontramos bloqueados física y mentalmente.

Con el paso del tiempo la intensidad del dolor se reduce y la tristeza empieza a desvanecerse haciéndonos posibles pensar en otras cosas y mirar hacia el futuro. La sensación de pérdida nos acompaña y nunca nos abandona del todo. Simplemente se acepta, y no hay que verlo como resignación, sino como progresar: “la vida continua y yo también”. El perdón se hace posible, ya sea a los demás como a nosotros mismos. Necesitamos soltar lastre y buscamos sentido a todo lo que ha pasado, pasando de preguntarnos por qué a para qué, de que me ha servido, que he aprendido, en que me ha fortalecido. El final del duelo se puede denominar serenidad o calma. Podemos evocar el recuerdo doloroso pero sin que las emociones nos embarguen.

En Niños y Adolescentes

Desde los 3 ó 4 años los niños ya perciben y sufren el duelo por la pérdida de un ser querido de una manera similar a los adultos. Sin embargo, su percepción del tiempo es diferente por lo que superan las fases del proceso bastante más rápido que sus familiares. A partir de los 6 o 7 años pueden tener sentimientos de culpa y deben ser reafirmados y liberados de toda responsabilidad al respecto. Los adolescentes pueden tener miedo a expresar su dolor para no sobrecargar a los familiares adultos, por lo que es importante dedicar tiempo y un espacio a que verbalicen sus sentimientos respecto a la muerte y se les incluya en los rituales funerarios como adultos. En caso de que el peso de la perdida suponga un cambio en su estado de animo o comportamiento es recomendable buscar ayuda profesional, ya que podemos estar ante un caso de duelo bloqueado.

Los amigos y familiares

El papel del entorno es complicado, las explicaciones y frases de apoyo en general apenas influyen. Por lo que es más importante el realizar actos no verbales como acompañarles o darles abrazos. Soportar las lágrimas y demás reacciones de la persona en duelo, es una misión ardua, y tenemos que intentar no coartar su liberación de la pena con frases para que se sobrepongan y dejen de llorar, ya que el cuerpo necesita expresar por lo que están pasando.

En fases posteriores cuando verbalice su dolor, de manera libre (no hay peor cosa que preguntarle ¿cómo te sientes?), debemos escuchar y si nos quedaos sin palabras o no sabemos qué decir, simplemente ser honestos y decirlo. La persona no busca respuestas, si no aceptar lo que le está pasando y escapar de la soledad.

Dos últimos consejos, el duelo sí es muy intenso limita la capacidad de actuación, una manera práctica de ayudar, es haciéndose cargo de alguna de sus tareas: la compra, llevar al colegio a los niños, etc. Aquí es importante tomarse este compromiso en serio (puede ser por un largo periodo) ya que si lo incumplimos puede sentir que otra vez ha sido abandonado. Por otra parte, tenemos que tener en cuenta que las ocasiones señaladas: Navidad, aniversarios, etc. son momentos particularmente dolorosos en los que debemos hacer un esfuerzo especial para estar cerca y no dejar que nuestro ser querido se aísle.

La melancolía

El proceso de duelo, es un mecanismo de protección, no es estático, y pueden solaparse fases, existir retrocesos, aparecer de manera retardada, incluso por la consecución de otro acontecimiento traumático. Lo importante es ver una evolución en el proceso. En caso contrario, cuando pensamos “es como si el universo se hubiera congelado un instante antes de pasarme lo que me paso”, y nuestro duelo se queda estancado, hablamos de melancolía: “Mientras que el dolor siempre tiene un final, el sufrimiento puede no acabar nunca”. La paralización del ciclo del duelo, se puede deber a varias causas, internas o externas y es necesario tomar conciencia del problema y acudir a un psicólogo que nos ofrezca las herramientas para poner de nuevo en marcha el ciclo de recuperación, ya que recordar es el mejor modo de olvidar.

 

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