En castellano existe un refrán que dice que el roce hace el cariño. Seguro que muchas parejas ponen en duda su veracidad, sobre todo cuando llega el verano y la vinculación con la pareja se hace mas intensa.

Y es que estamos siempre pendientes del tiempo, tenemos tareas familiares, laborales, sociales, que no nos dejan tiempo para nosotros mismos. El encuentro con la pareja se hace puntualmente, normalmente en las comidas y por las noches, y la comunicación se limita a temas mundanos: temas de casa, de lo que pasa en nuestro trabajo, las noticias del día… perfecto para tapar esos incomodos silencios cuando estamos a solas.

Entonces llega el periodo estival, los horarios y las tareas se relajan y tenemos mas tiempo para nosotros y para compartir con la pareja. Aquí aparece el choque de trenes. Cada uno idea de lo que quiere hacer en este tiempo y el papel que desea que desempeñe el otro cónyuge. Y al no coincidir aparecen las desavenencias. La comunicación se oxido de no usarla, mas allá de las cosas banales del día a día. Y descubrimos que durante nuestro periplo anual, nuestra pareja cambio, ahora es un ser extraño, que recuerda a aquella persona que nos enamoro pero lleno de defectos y que nos llena de frustración y enfado. Por lo que no es extraño que el verano se dedique a reflexionar si queremos seguir compartiendo nuestra vida con ese ser que apenas nos transmite algo, sino desasosiego y amargamiento.

Es mejor prevenir que curar

Quizás antes de empezar el verano tengamos que plantearnos que queremos nosotros, que quiere nuestra pareja y si su deseo es legitimo, es posible que nosotros deseemos estar todo el día juntos y la otra parte contratante necesite tener un tiempo de soledad para recargar pilas. Y eso no lo convierte en un ser desalmando, de hecho obligar a pasar más tiempo en pareja convierte una relación amorosa en una condena.

Estar solos en pareja, sin interferencias de ningún tipo puede ser un placer, pero también algo inicialmente angustioso, hemos perdido el músculo y tiene que pasar un tiempo hasta que nos sentamos relajados y centrados para valorar el tiempo de descanso en pareja. De todas formas, existen algunos puntos que hay que valorar:

  • Las vacaciones son un tiempo de ocio merecido y necesario para nuestra salud mental, no se puede imponer a nuestra pareja una hoja de ruta. Negociar.
  • Las vacaciones nunca son como uno las imagina previamente, nunca. Culpar de ello a la poca disposición de pareja es algo malicioso. En el reparto de responsabilidades se ecuánime.
  • Las vacaciones dan tiempo para todo, vida en pareja, amigos, incluso un espacio para hacer lo que nuestra pareja desee y viceversa. Organización.
  • Las vacaciones son para disfrutar haciendo lo que desees, pero no esperes que tu pareja adivine lo que te gusta, dale un ayudita. Díselo.
  • Las vacaciones no tienen porque ser idílicas, si accedes a todos los deseos de tu pareja por no tener conflictos, solo retrasaras lo inevitable. No concedas.

Mejor solo que mal acompañado

El verano es el momento de recordar que mas allá de la casa, la familia, y el trabajo, hay una vida en pareja con la que hicimos planes de futuro. Dicho de forma cursi, reavivar la llama del amor. Aunque a veces lo que hace es sacar a la luz diferencias que en la convivencia diaria pasan desapercibidas (o no queremos ver) pero que sin duda impiden que la relación evolucione. Aquí tan solo queda plantearse si quedan fuerzas para un intento mas. Si es así es el momento de reinstaurar la comunicación a un nivel profundo, crear mecanismos de negociación, y fomentar la toma de decisiones. Provocar estos cambios desde dentro es difícil por lo que es recomendable acudir a un psicólogo para que intervenga en la búsqueda de los problemas de fondo y fomentando la creación de normas que faciliten que la relación funcione.

 El que no arriesga no gana

En las crisis de pareja tenemos un conflicto de relación (convivencia) y dos con conflictos internos personales. A veces un alejamiento de los miembros durante el periodo de vacaciones puede aclarar los sentimientos, reorganízanos y ver como es la vida fuera de pareja. La dificultad de llevarlo a cabo, muestra lo intrincado de las relaciones de pareja. Por un lado, puede parecer positivo si lo pensamos para nosotros, pero nos cuesta aceptarlo en nuestra pareja. ¿Y si no volvemos? Mas allá de estos miedos, podemos encontrar con que nuestras vacaciones nos sirvan para volver a retomar la relación en un punto a un nivel más maduro más acorde con nuestras inquietudes y necesidades.

El que a buen árbol se arrima.

Al volver a vivir sin pareja, es un fenómeno lleno de emociones contrapuestas, por un lado esta la liberación, estamos en la casilla de salida. Por otro lado, esta el miedo a enfrentarnos al futuro, seré capaz de salir adelante. Y no hay que olvidar que la separación suele dejar su huella y las secuelas son palpables, desconfianza en el sexo opuesto, dolor por la culpa (real o imaginaria) de que la relación fallara.

Aquí lo importante es hacer una reflexión profunda sobre como y dónde nos encontramos, para después centrarnos en que deseamos hacer con nuestra vida. Buscar un entorno social que nos ofrezca apoyo (amigos y familiares). No forzar las situaciones, las cosas requieren su tiempo y hay que pasar por distintos estados del duelo, al fin y al cabo, hemos enterrado una relación. Por último, tener en cuenta que las crisis forman parte del proceso, nos sentiremos mal, culpables, perdedores, estigmatizados, arrepentidos, pero como toda crisis solo simbolizan puntos de inflexión que nos marcan como seguir adelante.

 

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