Al hablar de los trastornos alimentarios, normalmente nos centramos en la imagen, la persona que los padece ya sea obesa, este famélica o tenga un cuerpo escultural. Pero lo cierto es que estamos dejando de lado la otra parte y es que todo empieza en la comida. Si nos paramos a pensar el papel que tiene la comida en nuestras vidas, desde que nacemos, nos daremos cuentas que los trastornos alimentarios son un planteamiento vital que muchas personas hacen como respuesta a problemas que nada tienen que ver con la imagen o la alimentación.
Un recién nacido llora angustiado en su cuna, la madre azorada le acerca el pecho, el bebe se tranquiliza, tenía hambre, piensa la madre. Ahí aprendemos que una respuesta ante eso displacentero que sentimos es el calor de un ser querido y también la comida. Con el paso de los años oímos frases como “este niño esta muy nervioso tiene hambre”, “con la comida no se juega”, “tienes que comértelo todo para ser más fuerte” o “si no te lo comes mama/papa se va a enfadar”. Es decir, la comida o mejor dicho el acto de comer toma un papel primordial en el núcleo familiar y una crisis en caso de no cumplir expectativas.
El acto de alimentarse es lo que Freud denomino una pulsión, es decir una necesidad básica, inexorable, ya que de no realizarse la muerte esta asegurada. Por eso en desde los albores de la sociedad humana hemos convertido el comer en un ritual y nos acompaña durante toda la vida, no hay fiesta que no se celebre frente a una mesa. En el catolicismo se venera el cuerpo de Cristo, que es ingerido por los feligreses y se prohíbe comer carne en Cuaresma, de igual forma ocurre en el Islam o en el Judaísmo.
Por no hablar de los poderes ocultos que les otorgamos a muchos alimentos, sanadores, afrodisiacos, malditos, etc., la mística de la alimentación nos lleva a confiar nuestras esperanzas en el fetiche de lo que ahora llamamos superalimentos. Por todo ello no es de extrañar que la comida tenga un poder simbólico tan alto en nuestra cultura en general y en cada persona en particular.
A partir de aquí, podemos enfrentarnos a las relaciones abusivas con la comida. Quien no ha buscado en la nevera el consuelo ese primer arrumaco de la madre, quien a través del olor de la comida no ha rememorado una historia de su pasado. O quien puede negar que en una mesa ha vivido los momentos más memorables.
La comida como emoción
El peso especifico de la comida en nuestras vidas, nos lleva a asociarlo a personas, experiencias y emociones. Un viaje en el tiempo, en la temporalidad que no se inicia en nuestra mente consciente, sino en el sistema emocional o límbico, lo cual facilita mucho la perdida de control sobre la ingesta. Durante los atracones no buscamos el goce del sabor, sino es clic, la saciedad, la calma.
De igual forma que nuestro sistema límbico hace sentir un nudo o mariposas en el estomago” a los enamorados, abre el apetito en situaciones de ansiedad a algunas personas y lo cierra en otros casos. Aquí el hambre y la supervivencia no tienen nada que decir, estamos frente a una respuesta de nuestro yo a la situación que estamos viviendo. Nuestra relación con la comida es la forma de mostrar al mundo como nos sentimos, adelgazamos ostensiblemente ante la perdida de un ser querido y ganamos peso tras un despido o ruptura de pareja, la imagen que el cine nos ha transmitido de sofá, manta y tarrina de helado, no se aleja mucho de la realidad.
En estos casos es importante restituir la relación que se tiene con la comida, sobre todo frente al estrés, con técnicas de relajación y fomentando la resiliencia como actitud frente a la adversidad. Otras habilidades sería el reconocer las emociones y sus desencadenantes personales (sentimientos de vacío, inutilidad, tristeza) y ambientales (relaciones tóxicas, soledad, aburrimiento). Y en general ser capaz de tomar las riendas de la propia vida, a través de una valoración de aquí y ahora de una forma honesta, verídica y positiva.
La comida como escondite
Los trastornos psicológicos asociados a la comida, son un paso más allá en la relación perversa con la comida. Los primero son un trastorno, o conjunto de síntomas, que van desde inanición, el uso abusivo de laxantes, la practica de ejercicio deportivo hasta la extenuación, los atracones y las conductas purgatorias. Lo segundo y evidentes son problemas psicológicos, es decir tienen un origen o desencadenante traumático y sería equivocado achacarlo en exclusiva a los medios de comunicación y los modelos de belleza que exportan y que tanto frustran a los adolescentes.
Una vez que se rasca en la superficie de los jóvenes con trastornos de la conducta alimentaria encontramos, situaciones desesperadas, personas agarradas a sintomatología como a un bote salvavidas. Son por lo general personas más brillantes que la media que se han sentido desplazados y tienen una autoestima muy dañada. A veces hay duelos bloqueados, o confrontaciones familiares.
Cuando la comida es todo: el ciclo de la vergüenza
Me siento mal conmigo mismo, deprimido, me angustio y pierdo el control sobre mi, me descubro ingiriendo grandes cantidades de comida, normalmente hipercalórica, entonces se avergüenzo de mi mismo, por la forma de sabotearme y porque la imagen que transmito es la de una persona cada vez más abandonada, eso me hace sentir mal, sin autoestima, por lo que me angustio y todo vuelve a suceder.
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