El desafío de los padres hiperprotectores

En la consulta de un psicólogo, es cada vez más común ver a jóvenes que acuden con lo que podríamos considerar «desafíos vitales normales». Desencuentros con amigos o parejas. o con dificultad para tomar decisiones sobre su futuro. El miedo a los exámenes o la búsqueda de empleo. Estas situaciones, naturales en la vida, les generan una frustración y angustia desproporcionadas, entrando en un círculo vicioso que amplifica su sufrimiento. Detrás de este patrón, a menudo encontramos la sombra de los padres hiperprotectores.

Con la mejor de las intenciones, estos padres, que se perciben a sí mismos como «perfectos» en la crianza, buscan eliminar cualquier obstáculo del camino de sus hijos. Pero, ¿qué mensaje transmiten con ello? Inconscientemente, construyen «juguetes rotos», jóvenes que sienten que nunca estarán a la altura de sus «progenitores infalibles». La frase «mis padres me lo dieron todo y les he fallado» resuena en sus mentes, dejándolos vulnerables y fácilmente manipulables ante las realidades del mundo.

Cuando la vida real choca con las expectativas creadas

Reorientar a estos pacientes es un trabajo delicado. No logran entender que son una ficha en un tablero que no controlan; viven con la ilusión de que «todo va a salir bien». Como si la vida fuera una serie de televisión con un final feliz garantizado. De hecho, sus talentos o circunstancias —sean intelectualmente superiores, provengan de familias adineradas o posean una extrema belleza— no garantizan su funcionamiento. El escenario real nunca estará a la altura de sus expectativas sobreprotegidas.

Como psicólogo, es duro y a la vez extraño confrontarlos: «¿De verdad crees que todas tus expectativas se van a cumplir? ¿Nadie te ha dicho esto antes, ni tus propios padres?». Las personas que han crecido bajo el paraguas de los padres hiperprotectores solo tienen dos caminos: resignarse a ser víctimas de su pasado o decidir actuar: replantearse su vida, ser consecuentes y empezar a tomar las riendas de su propio destino.

El lado oscuro de la sobreprotección: similitudes con el abandono emocional

Otro punto crucial en consulta es el tipo de apego que desarrollan estos jóvenes con sus padres, familia o amigos. Paradójicamente, a pesar de haber vivido «entre algodones», no logran vincularse de forma sana con su entorno. De hecho, he encontrado sorprendentes similitudes entre los pacientes que han sufrido abandono emocional y los sobreprotegidos.

Ambos grupos, de maneras distintas, han construido un mundo de fantasía. Suelen vivir en una soledad traumática y son propensos a la depresión, lo que puede derivar en conductas abusivas, dependencias emocionales, pérdida de control, impulsividad y un profundo sufrimiento. A esto se suma una baja autoestima («no estoy ni estaré a la altura de lo que esperan de mí») y una escasa cultura del esfuerzo («este trabajo, relación o curso no es lo que esperaba, lo dejo»).

Rompiendo el ciclo: De la carencia a la autonomía

Mi consulta es un microcosmos donde también veo a padres que, conscientes de su tendencia a la sobreprotección, buscan ayuda. Desconectarles de este patrón es un trabajo arduo; les genera una gran ansiedad «levantar las manos» y permitir que sus hijos cometan errores y se levanten por sí mismos. A menudo, estos padres vivieron sus propias carencias y desean dar a sus hijos «todo lo que ellos no tuvieron«.

Sin embargo, la frase que siempre les repito es clave: «No es el deseo de unos padres de tener un hijo, sino el derecho de un hijo a tener unos padres que se preocupen por él«. Y preocuparse genuinamente implica no proyectar sobre ellos nuestras propias frustraciones ni nuestros miedos, sino empoderarlos para que vivan su propia vida con resiliencia y autonomía. Solo así podrán desarrollar todo su potencial, libres de la burbuja que, con la mejor intención, construyen los padres hiperprotectores.